Instigado por algunas marcas, la propia patronal europea ACEA o por el propio canciller Merz en los últimos meses ha cobrado fuerza el debate europeo sobre una posible revisión de los objetivos de emisiones para nuevos turismos y furgonetas matriculados en la UE. En marzo, atendiendo a las necesidades de la industria, desde las instituciones europeas aceptamos una flexibilización de la norma permitiendo agrupar las emisiones de 2025 a 2027, rebajando así la presión sobre los objetivos de CO₂ de los fabricantes. Ahora, las presiones se centran en frenar la mal denominada prohibición de vender coches de combustión a partir de 2035.
La transición hacia una movilidad limpia en Europa es una empresa compleja. Entre los desafíos que enfrenta el sector automovilístico se cuentan los elevados costes energéticos, dependencias tecnológicas externas, una demanda menor a la prevista o tensiones arancelarias que amenazan las exportaciones. Pero son escasas las autocríticas que se oyen desde el sector.
Sortear estas circunstancias y recuperar el tiempo perdido requerirá ahora de grandes inversiones y transformaciones profundas. Sin embargo, la respuesta a las inquietudes actuales no puede ser el repliegue o el temor al competidor . Ahora es el momento de ser más ambiciosos, no menos.
Una apuesta por la tecnología del futuro
Los críticos de la regulación europea apelan al principio de neutralidad tecnológica para oponerse a una supuesta prohibición de los motores de combustión en 2035. Pero la norma no prohíbe la tecnología de combustión: establece una reducción del 100 % de las emisiones medias de vehículos nuevos respecto a 2021, dejando abierta la puerta a cualquier tecnología que lo logre.
La neutralidad tecnológica, no obstante, debe basarse en la evidencia. Mientras un motor de combustión aprovecha entre un 20 % y un 30 % de la energía del combustible, un coche eléctrico convierte más del 75 % de la electricidad en movimiento útil. Así como la tecnología LED desplazó a la bombilla tradicional por su eficiencia y rentabilidad económica, el vehículo eléctrico se posiciona hoy —sin perjuicio de otras tecnologías en desarrollo—, como la opción con menor huella de carbono, mayor eficiencia y mayor coherencia con un sistema energético renovable.
Mientras parte de la industria europea arrastra los pies hacia la electrificación, países como China lideran con rapidez esta transformación porque han decidido que la prosperidad de su futuro pasa por la electrificación de la economía . Ahí radica, precisamente, la esencia del problema. Flexibilizar la legislación permitiría que algunos fabricantes prolonguen inversiones en tecnologías que no serán las del futuro . Ya se han encendido algunas luces de alarma pues las propuestas actuales de flexibilización podrían reducir a la mitad la previsión de ventas de EVs para 2035 —según datos de Transport&Environment — comprometiendo el futuro de la competitividad del sector.
No está en juego si el mercado a partir de 2035 será eléctrico, esa barco ha partido ya , lo que nos jugamos es si esos vehículos serán o no europeos, por lo que cualquier señal destinada a retrasar la adopción de la electrificación tendrá consecuencias desastrosas.
La importancia de la estabilidad regulatoria
Durante la pasada legislatura, la UE consolidó un marco legislativo de descarbonización y crecimiento dentro del Pacto Verde Europeo. Cuestionar continuadamente sus pilares minará la previsibilidad necesaria para que fabricantes e industrias auxiliares inviertan en tecnologías clave como las baterías.
Los responsables públicos, junto al sector privado el sector privado, debemos concentrar nuestros esfuerzos en impulsar la innovación, las infraestructuras y los ecosistemas industriales europeos. Ese debe ser el horizonte: proyectar a medio plazo, no revisar una legislación acordada hace menos de dos años.
Beneficios colaterales
Mantener la electrificación del transporte no responde solo a objetivos climáticos: también protege la salud pública al mejorar la calidad del aire, reduce el consumo energético, fortalece nuestra soberanía industrial y genera empleo en sectores limpios.
Además, la expansión del coche eléctrico aumentará la demanda de electricidad limpia y asequible, creando un círculo virtuoso que impulsa nuevos proyectos renovables mientras reducimos la dependencia de combustibles fósiles importados. Menos dinero europeo drenado a economías que al mismo tiempo cuestionan nuestro modelo europeo de sociedad y democracia.
Tampoco debemos ignorar la dimensión social de esta transformación. Iniciativas europeas como la presentada por la Comisión para fomentar modelos eléctricos asequibles, fiables y fabricados en Europa son pasos decisivos. En paralelo, medidas como el "leasing social europeo" que impulsamos desde el Grupo de Socialistas y Demócratas Europeos (S&D) resultan esenciales para democratizar el acceso a estos vehículos, todavía limitado al alcance de rentas altas.
La industria del automóvil ha sido siempre un motor de crecimiento y empleo, además de un símbolo del potencial industrial europeo y español . Para que siga siéndolo, debemos mantener nuestro rumbo hacia la descarbonización. Retrasar el objetivo de 2035 sería, en el mejor de los casos, un espejismo de corta duración; en el peor, una oportunidad perdida para liderar las tecnologías limpias que definirán nuestro futuro.
Nicolás González Casares. Eurodiputado S&D

