Europa ante la guerra energética

ESTE ARTÍCULO FUE PUBLICADO EN La Voz de Galicia EL 11 DE MARZO. AQUÍ PUEDES ENCONTRARLO

La guerra avanza por su tercera semana, los efectos económicos ya se empiezan a sentir en los hogares. El aumento de precios que percibíamos hasta ahora en combustibles y electricidad provenía del panorama post-pandémico y se esperaba limitado en el tiempo. La falta de existencias de microchips o que ciertos alimentos subieran nada tiene que ver con lo que está por venir tras la invasión rusa. Si bien es cierto que la guerra ha empezado hace unos días, la batalla energética llevaba meses en marcha. La subida de los precios del gas parecía esconder la mano de Putin jugando con el suministro, como se ha ido demostrando: apostaba a que podría contener la respuesta europea ante un eventual conflicto mediante nuestra dependencia energética, al tiempo que aumentaba su caja para financiar la guerra y minorar el impacto de las sanciones.

Desde el Parlamento Europeo y desde gobiernos como el de España, país que por su estructura presenta una traslación rápida de precios desde el mercado eléctrico mayorista a los recibos de los consumidores, llevamos meses reclamando una modificación de las reglas del mercado mayorista eléctrico europeo que conforman los precios de la electricidad. La Comisión Europea se ha resistido y ha actuado con lentitud ante el incremento de precios, si bien en la comunicación hecha pública esta semana ha acabado cediendo y avanzado medidas inspiradas en la respuesta dada por el Gobierno español, aunque aún falta el desacople de los precios del gas natural del precio del mercado mayorista eléctrico, algo que estoy seguro que veremos en días o semanas.

Desde la UE y los Estados miembros debe hacerse todo lo posible para paliar las consecuencias económicas de la deriva criminal de Putin. No obstante, en el ámbito energético se abre una disyuntiva que encierra dilemas éticos: dejar de comprar combustibles fósiles a Rusia abruptamente o hacerlo de forma progresiva, como ha propuesto la Comisión Europea, esa es la cuestión que estará estos días sobre la mesa de los líderes de los 27 estados miembros.

Desprenderse de los combustibles fósiles rusos es posible, pero muy doloroso. Según el think tank europeo Bruegel, para ello habría que conseguir gas por medio mundo, pagando precios nunca vistos, y, al mismo tiempo, ahorrar muchísima energía para superar el próximo invierno. El país más penalizado en términos de seguridad de suministro sería Alemania, que no tiene en estos momentos terminales capaces de recibir gas natural licuado, pero al menos Europa no contribuiría a financiar la caja de resistencia rusa para continuar con la aniquilación de Ucrania, como bien ha explicado Borrell esta semana. Ese escenario conlleva un gran parón de la economía y aceptar que veremos precios muy elevados en productos básicos. El escenario de reducción progresiva nos golpearía con menos contundencia, pero seguiría transfiriendo cientos de millones de euros diarios a Putin a cambio de mayor seguridad energética, siempre y cuando el propio tirano ruso no decida cortar el suministro. En términos energéticos, lo único que ha quedado claro es que alejarse de los combustibles fósiles y fomentar las renovables ya no es solo un deber moral para combatir el cambio climático, es la necesidad prioritaria para garantizar nuestra seguridad y modelo de sociedad.

Con ese debate sobre la mesa se encontrarán estos días los líderes de los Veintisiete, acompañado de propuestas novedosas para aumentar la autonomía estratégica: ya se discute la posibilidad de crear un fondo específico que financie las necesidades energéticas o de seguridad al modo del Fondo Europeo de Recuperación del covid, con deuda mancomunada para aliviar las penalidades de la guerra (atender a millones de refugiados, mejorar nuestra seguridad, paliar los efectos de la inflación a los más vulnerables, etcétera) en un tiempo en el que aún nos estamos recuperando de la pandemia. Si esto que escribo lo hubiera hecho hace tres años, apostaría a que esa propuesta no prosperaría. Sin embargo, tras la pandemia la UE ha aprendido muchas lecciones. Ahora, casi todo es posible.