Artículo publicado en La Voz de Galicia el 20 de septiembre de 2021
El próximo 26 de septiembre, las elecciones alemanas abren un curso crucial no solamente para el devenir del país sino del conjunto de la Unión Europea pues, en el plazo de seis meses, Europa afrontará procesos electorales decisivos en sus dos motores principales: Alemania y Francia.
En primavera, nadie esperaba que el candidato de los socialistas alemanes (SPD, Olaf Scholz, actual ministro de Finanzas y veterano político, pudiera levantar al histórico SPD de una tendencia cronificada de malos resultados. Sin embargo, a escasos días de las elecciones, es el favorito. Muchos atribuyen esta subida trepidante del candidato socialdemócrata al poco gancho de Laschet, el que respalda la conservadora coalición entre CDU y CSU, y a los errores de este y de la candidata verde, Analenna Baerbock, desde el lanzamiento de la carrera hacia la cancillería.
Atribuir a esto la posición de ventaja actual del candidato del SPD no sería justo, ni tampoco al mero hecho de que la sociedad alemana desee un canciller fiable, en línea con Angela Merkel. Si bien es cierto que Scholz ha jugado a ello apareciendo en carteles de campaña con la palabra canciller en femenino, es evidente que ofrece algo más.
Desde el comienzo de su carrera hacia el Bundestag ha apelado a una palabra que para muchos suena a antigua: «respeto», algo que no debería pasarse por alto. En un escenario de evidente polarización política, pedir respeto es también pedir el voto a aquellos ciudadanos más cansados de confrontaciones estériles y que al mismo tiempo asisten con preocupación al creciente deterioro de elementos centrales de la democracia y del bienestar mientras aumentan las desigualdades.
El respeto del que habla Scholz se dirige también contra la denominada «tiranía del mérito», en referencia al libro del ensayista Sandel. El propio socialdemócrata alemán lo explicaba en una entrevista hace unos días: creer que el éxito proviene solo del esfuerzo individual, que no existe ayuda colectiva para lograrlo y atribuir ese mérito exclusivamente a aquellas personas de éxito económico o académico no solo es falso sino que además falta al respeto de los trabajadores que se han esforzado al máximo para dar lo mejor de sí mismos aunque no hayan logrado subir tanto en el escalafón social.
Lo que el candidato alemán afirma ha quedado muy claro en esta pandemia en la que profesiones a veces ocultas y poco reconocidas han demostrado el valor añadido que aportan a nuestra sociedad.
Veremos qué ocurre el día 26. Si la socialdemocracia toma Berlín apelando al respeto, quizás la palabra y su significado se pongan de moda.