Uno de los temores políticos e institucionales más acendrados en tiempos de crisis es que un asunto al que se le había prestado gran atención, en el que se habían concentrado esfuerzos y esperanzas, quede relegado y sea sustituido en la agenda pública por otro de mayor urgencia. Las crisis económicas y sociales suelen mover el foco de los problemas priorizados por la sociedad. No hace falta viajar demasiado en el tiempo para recordar cómo uno de los problemas de la España de 2007 eran los salarios de los jóvenes llamados “mileuristas”; por desgracia, buena parte de ellos en 2012 se encontraba en paro y, si lograban empleo, era en unas condiciones aún mas precarizadas.
Algo de esto sucede en la crisis sanitaria que sufrimos.
Desde el Parlamento Europeo hemos temido que las políticas de Transición Ecológica y lucha contra el cambio climático pudieran verse absolutamente relegadas por problemas más inmediatos y acuciantes derivados de la emergencia sanitaria y la profunda crisis económica que enfrentamos. Pero no parece haber sido así, al menos en la UE, donde, pese a los intentos de algunos, se ha sabido modular las prioridades: en lo inmediato, trabajando para asistir a los sistemas sanitarios ante la emergencia y, a la vez, garantizar las posibilidades de financiación urgente de los estados europeos más golpeados por la pandemia. Y, más a largo plazo, reflexionando, una vez que se vislumbra, débilmente, la superación de esas fases, sobre cómo afrontar un futuro lleno de incertidumbres.
El Plan de Recuperación Europeo (bautizado como Next Generation EU), dotado de una considerable potencia económica, introduce elementos nuevos como la emisión de deuda europea financiada con cargo al presupuesto comunitario. Pero más allá del giro copernicano que supone su arquitectura presupuestaria, el Plan evidencia que la UE había definido ya previamente a la crisis sanitaria cuáles eran los grandes retos de futuro a afrontar, por lo que además de apoyar a los sectores más afectados por la pandemia, la necesidad de una respuesta europea de gran magnitud a las transiciones ecológica y digital no parece haber perdido espacio en las políticas de futuro de la UE; más bien la impresión es que se ha optado por pisar el acelerador y no bajar de vueltas.
El Pacto Verde Europeo sigue adelante y ve reforzada su capacidad de financiación, tal como se recoge en la propuesta iniciada por el Parlamento y modulada por la Comisión Europea, que avanzó los números sobre los que ahora el Consejo ya discute. Para la Transición Ecológica no parece haberse detenido el tiempo en Europa. Varios países, como una ambiciosa España, han presentado leyes del clima que se comprometen con la neutralidad climática para 2050, al tiempo que avanzamos en el trabajo legislativo para la consecución de una “European Climate Law” en Bruselas.
Si la crisis del Covid-19 es sin duda un hecho fatal que marcará este 2020 y, presumiblemente, los años por venir, también nos ha traído colateralmente novedades en otros campos de suma importancia. Por ejemplo, 2020 será el año de mayor caída registrada de la demanda energética, la Agencia Internacional de la Energía prevé que será hasta 7 veces mayor que en la crisis económica de 2007. Un shock energético sin precedentes que ha llevado a mínimos históricos los precios, pero también ha producido un inusitado descenso de las emisiones de CO2. Los combustibles fósiles han sido los más golpeados (se puede decir que la pandemia los ha envejecido aún más) y las energías renovables han ganado terreno en este tiempo. En cierta medida, se nos ha mostrado el camino a seguir hacia un futuro descarbonizado, con cimientos productivos más limpios y sostenibles. No parece haber otra senda alternativa que seguir, pero el recorrido es aún largo y complejo.
La ciudadanía europea ha situado la salud en el centro de sus preocupaciones, pero, a la vez que dejamos atrás las restricciones, se evidencia la necesidad de afrontar el futuro. Durante todos estos días de cuarentena se han sentido con crudeza las proporciones devastadoras que pueden alcanzar las amenazas naturales. Paralelamente, hemos visto cómo nuestro medio natural se regeneraba al disminuir la actividad humana, y cómo los cielos contaminados de las ciudades, que se llevan miles de vidas cada año, aparecían limpios y respirables. La evidencia de una verdad que ya presentíamos, ser parte del planeta que habitamos y a la vez enemigos de su equilibrio, puede hacernos más responsables ante los desafíos futuros. Nada compensará lo sufrido esta pandemia, pero no deberíamos dejar pasar en vano esta experiencia y afrontar el desafío global del Cambio Climático y la Transición Ecológica: apostemos por el ingenio para cimentar nuestra sociedad de modo social, ecológica y económicamente sostenible.
Detenerse en ese avance ya no es una opción para Europa.